divendres, 3 d’octubre del 2014

ENTREVISTA CON ANDREA AGUILAR - CALDERÓN


Andrea Aguilar – Calderón (San José – Costa Rica, 1981) es periodista y cuenta con estudios de Filología Española. Un día, cansada de su vida rutinaria  como telefonista en una casa de apuestas, decidió emprender un viaje por Europa con la mochila al hombro. Visitó diecisiete países y vivió experiencias de toda clase. Todo ello nos lo cuenta en su primer libro, Sobre el caballito de madera (Onada Edicions), con el que ganó el VIII premio internacional de literatura de viajes Ciudad de Benicàssim. Con ella mantuvimos esta entrevista realizada por correo electrónico.
- ¿Por qué califica de dadaísta su viaje?
Porque, al igual que el dadaísmo, fue un viaje espontáneo e imperfecto. Prácticamente no planifiqué nada, sino que fui dejándome llevar por los acontecimientos; cuanto más aleatorio, mejor. Desde que salí, supe que no quería un orden establecido, con excepción de algunos países.
Además, según los cánones culturales latinoamericanos más comunes, cuando cumplís 30 años ya no es tiempo de que estés mochileando por ahí, sino de que te casés y tengás hijos, y mi viaje venía también a negar ese orden convencional con algo desestructurado, como irse con la mochila sin rumbo fijo.
- El libro empieza haciendo referencia a que de niña usted se creía la reencarnación de Ana Frank. Después uno de los momentos más entrañables es su visita al pueblo de Heidi. ¿Qué importancia tiene para usted el mundo de su infancia?
Creo que dentro de cada uno de nosotros hay otros alter egos: las personas que fuimos alguna vez y que nos hacen ser quienes somos hoy y, también, las personas que seremos en el futuro. Yo trato de mantener a todos mis alter egos muy presentes. Por ejemplo, ahora viajo mucho para que mi yo de 80 años no tenga que arrepentirse de no haberlo hecho.
Cuando se es niño, uno no tiene la capacidad para cumplir muchos de sus sueños por múltiples razones y se la pasa diciendo: “Cuando sea grande”. Bueno, ya somos grandes y si no cumplimos esos sueños, es traicionar a un niño que creyó en sí mismo alguna vez y que, para mejores, lo conocemos mejor que nadie porque fuimos nosotros mismos. ¿Cómo me voy a dar la espalda a mí misma, a mi yo de cinco años, que creyó firmemente en que mi yo de 30 haría algo como ir a la casa de Ana Frank, a la casa de Heidi o a conocer la nieve?
Además, cuando le cumplís un sueño a tu niño interno, por unas breves horas, volvés a la infancia. Así que no solo viajás en el espacio: viajás también en el tiempo.
- Afirma en su libro que tiene tres pasiones: los hombres, los viajes y la literatura. Pero tenemos entendido que ninguna de las definiciones que da el diccionario de la RAE de la palabra pasión, se acomoda al concepto que usted tiene de esta palabra.
No. He quedado decepcionada con definiciones que no transmiten pasión. Para mí, pasión es algo que te pone en movimiento, que te inyecta energía, que te hace sentir viva. Y la RAE, por el contrario, se enfoca más en definiciones pasivas, negativas o cristianas. De hecho, de diez definiciones, solo dos más o menos calzan con lo que yo siento cuando estoy con un hombre, cuando viajo o cuando escribo. Mis pasiones a mí me hacen inmensamente feliz, me hacen ser creativa, me hacen moverme y despabilarme.
- ¿Qué país de los que ha conocido en su viaje le ha hecho cambiar más el concepto que tenía sobre él?
España. Mi relación con España, como la de muchos latinoamericanos, siempre ha sido un poco de amor-odio. Muchos de nosotros crecemos desde la escuela escuchando que los españoles son los malos de la película por todo el asunto de la conquista. Además, en muchos países de Latinoamérica, la gente es mucho menos directa. Por ejemplo, para pedirte algo es como: “Mirá, mi amorcito, ¿vos me harías el enorme favor de pasarme esa caja, porfa?”, mientras que en España simplemente es: “Pásame la caja”. Hace muchos años, España fue el primer país al que viajé en mi vida y detalles así me chocaron, el acento me volvía loca, todos me parecían súper groseros, en fin… Un desastre. Para poner la cereza en el pastel, mi último novio me dejó por una española, así que para el año 2010 yo deseaba con todas mis fuerzas que España perdiese la Copa mundial de fútbol.
Volver a España en 2011 (año del viaje del libro) fue reconciliarme con la madre patria o, más que reconciliarme, enamorarme. En realidad, ahora los españoles en términos generales me parecen súper simpáticos, son gente que por ser tan directa me parece honesta, tienen de las mejores vidas nocturnas, excelente comida, es un pueblo con carácter, en fin… Del desastre, a lo sublime.
- Usted desmonta en su libro todos los tópicos que se tienen sobre el hombre italiano. ¿No cree que vivimos en un mundo donde estamos todos muy encasillados y que deberíamos dejar de lado los prejuicios apriorísticos?
Uno de los mayores retos a los que me enfrento cuando viajo es, precisamente, luchar contra los estereotipos del país al que voy. A veces se desmienten, a veces se cumplen. 
Es claro que todos somos individuos y cada uno, como individuo, funciona distinto. Pero como parte de una colectividad, hay rasgos de la idiosincrasia de los cuales no nos podemos salir tan fácilmente. La primera vez que leí algo de sociología me sentí atrapada, asfixiada, porque me di cuenta cómo la sociedad en la que estás te moldea inevitablemente. La idiosincrasia está ahí, siempre, de forma inconsciente.
No creo que eso sea positivo o negativo. Creo que lo negativo sería si, por esas características que se repiten con mucha frecuencia en una sociedad, te negaras por completo a entrar en contacto con sus miembros. Y hoy por hoy, a pesar de mi experiencia con los hombres italianos, si alguno me invitara a salir y es simpático, no le diría que no. Es más: capaz que me termino casando con uno.
- Me ha llamado la atención la generosidad con que la han tratado la gente de los países de los Balcanes. ¿Cómo se explica la barbarie de la guerra que mantuvieron hace unos años?
Como lo dije en el libro: sigo sin explicármela. La guerra para mí es un fenómeno incomprensible, aun más porque vengo de un país que no tiene ejército desde hace más de 60 años. Por eso me interesa mucho viajar a sitios que han estado en guerra, para intentar comprender mejor sus puntos de vista.
Sin embargo, he de admitir que cuanto más viajo, menos lo entiendo. A través de los medios de comunicación, que son tan manipulables, casi siempre es fácil tomar partido desde el sofá de la casa y ponerse en posturas maniqueístas de decir: “Este es el bueno y este el malo”. Pero cuando vas a un país y conocés a la gente, te das cuenta de que en realidad no hay manera de definir eso, ni de explicarte cómo se da algo así. Creo que antes de matarse, los soldados tendrían que hablar diez minutos de cualquier tema, y luego, si se siguen odiando, ya que se maten. No creo que ni el 10% lo haría.
- Su filosofía de la vida es la frase que aparece en la portada de su libro: La vida es disfrutar el paso del tiempo. ¿Es difícil mantenerse fiel a este principio? ¿Qué precio hay que pagar por ello?
Es muy difícil. No sólo la sociedad (como un concepto abstracto), sino tu familia y amigos, gente que te quiere, te dice lo contrario. Que cuándo vas a madurar, que cuándo vas a pensar en tu pensión, que cuándo vas a comprar una casa y un largo etcétera, cuyo precio es muchas veces quedarte en un empleo que no te gusta y que, por lo tanto, dejés de disfrutar el paso del tiempo. El problema es que, como estos consejos vienen de personas que sabés que te aprecian, te confundís y pensás que realmente estás haciendo algo mal. Y, de vez en cuando, te entra la crisis. 
Aparte de esas dudas que me atacan a veces, en mi caso personal, el precio más alto que pago es no poder establecer relaciones duraderas con un hombre. Conozco muchos chicos increíbles en mis viajes, pero siempre terminamos por irnos por caminos distintos porque, precisamente, nuestra forma de disfrutar el paso del tiempo no es en el mismo lugar: es viajando. Y nunca me he encontrado con uno cuyo camino coincida con el mío. No puedo pensar en un precio tan alto como decirle adiós a alguien en cuya novela personal no podrás escribir más del punto final que queda cuando se dice adiós.
Josep Manuel San Abdón

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